"Oportunidades vienen y van", dicen unos. "¿Oportunidades? Te cansarás de ellas", afirman otros. ¡Oportunidad! Es lo que yo grito. ¿Cuántas de ellas debemos dejar pasar para asegurarnos que la siguiente puede y debe ser la correcta? Pero... ¿Y si decides subir de un salto al tren, armarte de valor e ir a por todas, pero alguien en tierra firme te aferra descaradamente?
Como he dicho antes, alguien debería haberme avisado de que los trenes al mojarse no sufren realmente. Tal ha sido mi frío interior que he pensado que ellos, los trenes, padecían lo mismo que yo, se veían arrastrados por la misma corriente día tras día sin ser preguntados a dónde querían ir realmente.
Yo sólo he pensado eso.
Será que yo no soy impermeable. Será que yo si sufro. Será que he perdido el norte y la aguja de todas las direcciones que me quedaban por visitar. Será que algo de corazón se esconde bajo la coraza. Será que, a fin de cuentas, Londres no es para mí.
Esperan que descifres tu futuro, que lo traces antes de ni siquiera llegarlo a visualizar. Para ello te dan una venda para esos ojos esperanzados, mucha fuerza para esos ánimos muertos y poca esperanza. Poca esperanza para lo que realmente deseas, sin más.
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